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El tuqueque y la mariposa

 

Ignorando el grave peligro que corría la joven mariposa comenzó a dar vueltas bajo el bombillo de la lámpara que guindaba del techo de madera. La verdad sea dicha, cualquiera podría asegurar que su amor por la luz y su particular calorcito incandescente eran más grandes que cualquier obsesión por los voraces depredadores y la muerte, pues se abalanzó sobre ella como serpiente sobre lagartija.

 

En el techo, no muy lejos de allí, un tuqueque astuto esperaba para comer. De piel marrón y carnosa, tenía la espalda acorazada como sus gigantescos ancestros. Mientras se agarraba firmemente del mismo techo de madera antiguo, el depredador daba cada paso con extremo sigilo. Su instinto lo llevaba hacia su cena como mariposa a la luz.

 

Después de un par de vuelos rasantes decidió ir por ella. Chocó. Volvió a intentarlo. Volvió a chocar. Si no lograba fundirse con ella, al menos podría acompañarla. Era la mejor lámpara sobre la que se había posado en toda su vida. El calor la acurrucaba en esas noches de frío, pero no la quemaba como la llama.Este espectáculo de vuelos y choques contra el bombillo lo divisaba el ágil reptil cada vez más de cerca. Seguía dando pasos seguros hacia su presa. La veía dormitar plácida sobre aquella luz, sabiendo que pronto se la comería calentita. Le quitaría esas alas desabridas y devoraría entero cada milímetro de su cuerpo carnoso.

 

Vencida de antemano reposaba la mariposa frente a la muerte que no tardaría mucho en llegar. Sintió una presencia extraña en su pequeño paraíso. Era el tuqueque que ya estaba por hacer el último sprint antes de cenar. Pero ella ya no pensaba, aprovechaba cada poquito de luz que encontraba en la lámpara, entregada plenamente tranquila ante los pronósticos nada favorecedores. El reptil se lanzó sobre la mariposa.

 

Se apagó la luz.

 

- ¡Prende la luz! –gritó Raúl desesperado.

 

El cantinero le hizo caso pero le explicó en tono amistoso que ya iban a cerrar esa noche. La mariposa había logrado escapar, al irse la luz voló hacia la ventana más iluminada. Raúl se aferraba a su sexto o séptimo trago de whisky mientras veía la escena protagonizada por los insignificantes animalitos, nunca había tomado tanto solo en esa barra ni había prestado atención a este tipo de detalles.

 

Hoy a las cinco de la tarde se enteró que, salvo un suceso inesperado, el cáncer lo vencería en un año o dos. Vio la mariposa en la ventana y por primera vez desde entonces, sonrió.

 

LEO

© 2013 Leonardo Sierra.

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